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A las 6 y pico

El último tango montevideano

El último tango montevideano “...y te dirán, sin duda, su fatiga
del amor fiel o la pasión mendiga,
su falta de esperanza o de sorpresa”

”Compañero del alma, compañero...” así terminaba el penúltimo capítulo del libro que estaba leyendo. El cielo estaba plomizo, una brisa fresca se colaba por la ventanilla.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y no supo por qué. Tal vez por anhelar a ese compañero del alma.
A medida que los años transcurrían, las ilusiones se desvanecían más rápidamente. Como la piel gastada que se descama con el tiempo; al igual los anhelos se iban desvaneciendo. Dejando un sabor amargo en el cielo de la boca y un dolor punzante en el alma.
Se preguntó una vez más, cuáles serían los errores que cometía. Y continuaba sin encontrar respuestas.
Un frenazo repentino, la trajo a la realidad. De pronto le pareció que los transeúntes, se habían contagiado por las inclemencias del tiempo, grises, sin vida. ¿Ella también se vería así?
Salvo por el pañuelo rojo y rosa que llevaba puesto y le daba un tinte de color al negro de su atuendo, se sentía oscurecida.
Respiró hondo y decidió darle un giro a su cotidianeidad. Se bajo del autobús. No sabía muy bien en que lugar se encontraba.
A pesar que era el trayecto que hacía regularmente a su trabajo, hoy todo le parecía desconocido y extraño. Como si por primera vez estuviese transitando esas calles.
Quiso sentirse extranjera en su propia ciudad. Caminaba sin rumbo fijo.
Entro a un bar. Mientras esperaba que la atendiesen observaba a los parroquianos del lugar. Sentado en la barra había un joven de unos 23 o 24 años, bebiéndose un whisky, lo cual le llamó la atención dado la hora del día ya que supuestamente estaría en horario de trabajo.
El joven era alto, rubio de ojos claros, cabello largo, ondulado, tenía un cuerpo atlético.
Se sintió identificada con él, ya que ambos parecían ser los únicos que estaban de buen humor, disfrutando de la vida.
Se cruzaron sus miradas varias veces e intercambiaron tímidas sonrisas.
En un momento cuando ella levanta la vista, él ya no se estaba más. Una sensación de desconsuelo la embargó. Pidió la cuenta y decidió retirarse del restaurante. Cuando estaba saliendo del local, el joven vuelve a entrar, cruzaron una vez más sus miradas y ella se fue.
En la esquina mira hacia atrás y ve que la seguía; decide entrar en una galería a ver vidrieras y puede comprobar como el joven la acechaba.
La situación la divertía, a propósito se paraba delante de las vitrinas simulando observar lo que ellas exponían, pero su objetivo era contemplar lo que el joven hacia.
Le susurra al oído - que bonita eres - se da vuelta y se encuentra con su sonrisa una vez más. Lo mira, se ríe y continúa caminando.
Él a su lado, empieza a hablarle, le pregunta como se llama y si tiene tiempo para ir a beber un café y así poder conversar un rato.
Sin responderle, le extiende su tarjeta y se va. Al rato suena su celular. Quedo paralizada sin saber qué hacer. Era él. Atendió.
- Pensé que no ibas a contestar.
- Hola. Respondió.
- Estoy en el auto azul, estacionado en la esquina. Te espero.

En la esquina estaba el auto. Otra vez la duda, la pregunta recurrente. Qué es lo correcto y lo incorrecto. Cuántas veces, se había sentido con la libertad de elegir, sin tener que dar explicaciones de sus actos a nadie.
Estaba allí, en el asiento del acompañante. Arrancó sin decir nada. Se dejó embriagar por la música del cd que sonaba y nada ni nadie existía.

- Una habitación doble, por favor.
- Aquí tiene, señor, habitación 1004.
- Gracias
Las miradas cómplices suplían las palabras.

Ya era de noche cuando se despidieron en la puerta.
Nunca le pregunto el nombre.
Tumbada en su cama, recordó el film El último tango en Paris.
El no era Marlon Brandon, ni ella Maria Schneider.

2 comentarios

Goreño -

Mejor vivirlo que pensarlo mientras estaba tumbada en la cama. Un buen relato, ameno y bien contado. Saludos

Anónimo -

Y bueno, no eran el Brando ni la Schneider, pero bueno, todos tenemos que hacer lo que podamos con lo que somos.

Buen texto, y qué bueno ver que estás creativa.

Un beso